Resumen
Los indicadores sociales presentan diversos problemas metodológicos y epistemológicos, tanto en su construcción como en su justificación y su aplicación. En primera instancia, los indicadores sociales no son unívocos ni están fuera del alcance del conocimiento fáctico, al contrario; necesitan de conocimiento previo para fundarse. En segundo lugar, no todo indicador es válido para cualquier propósito, por lo tanto la elucidación de la extensión e intención de un indicador es obligatoria. Finalmente, algunos indicadores son prescriptivos además de descriptivos como bien saben las agencias gubernamentales y supranacionales que los usan y desarrollan. Como corolario, se discutirá que existen asunciones filosóficas y epistémicas sobre la sociedad detrás de cada indicador que deben explicitarse y someterse a juicio crítico.
1 Introducción
Los indicadores sociales son un tema de debate vigente en el campo de las ciencias sociales, podría decirse, en su totalidad ya que atañe a cualquier programa de investigación social profunda (i.e. que indague sobre mecanismos inobservables de operación en los sistemas sociales o trate sobre grandes conglomerados sociales). Si bien parecen no ser tan populares como en la década del 60’; donde vieron su apogeo, tanto los grandes organismos supranacionales como las Naciones Unidas o el Banco Mundial, como los Estados Nación modernos hace uso cada vez más intensamente de diferentes indicadores sociales. Lo que es más, algunos indicadores sociales clásicos están siendo puestos en cuestión y revisados para su clarificación o mejoramiento.
El término «indicadores sociales» nació bajó el ala de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio a principios de la década de 1960 para detectar y anticipar la naturaleza y la magnitud del impacto del programa espacial en la sociedad estadounidense (Land 1983, p. 2; Noll y Zapf 1994, p. 1). La ausencia de datos fácticos y de un marco conceptual sistemático como así también de una metodología compartida, incentivó a algunos miembros de la Academia a crear el primer sistema de indicadores sociales. Los resultados de esta parte del proyecto se publicaron en un volumen titulado “Indicadores sociales” (Bauer, 1966). Este programa de investigación generó diversos trabajos de alto impacto como Recent Social Trends (1933) e incluso se conformó un “movimiento académico por los indicadores sociales” (Duncan, 1969). Sin embargo, para 1980 el furor había pasado y el programa de investigación perdió vigor. Si bien la declive tiene múltiples causas, las razones económicas parece haber tenido el mayor impacto (la crisis del dólar, la crisis del precio del petróleo y la crisis de la deuda externa latinoamericana junto al ascenso de gobiernos conservadores en los Estados Unidos y otras partes del mundo que adoptaron medidas para recortar los gastos del Estado) (Andrews, 1986; Bulmer, 1989).
En cualquier caso, desde su concepción los indicadores sociales plantean diversos problemas de índole meta científica y metodológica. Piénsese por caso en la composición de un indicador, formado por diversas variables, que apuntan hacia un mismo evento o propiedad. ¿Cuál es la relación entre los vectores del indicador y el objeto al que se afirma que representa?, ¿se trata de una relación ontológica unívoca, de una relación estadística o de una simplificación metodológica? Es más, ¿por qué debería un indicador estar formado por diferentes variables y no por una única?, ¿sería justo, en este sentido, afirmar que el PBI de un país es un indicador del estado de su economía?, sí lo es, ¿se refiere al estado total de la economía o solo a algunos sectores?. Nuevamente en este sentido, ¿son todos los indicadores certeros e inequívocos? Las lagrimas, ¿son indicador de felicidad, tristeza o de una enfermedad ocular? ¿Son los indicadores objetivos o subjetivos?, ¿son complementarios o suplementarios los indicadores cualitativamente diferentes?, es decir, ¿es suficiente un indicador exclusivamente biológico, como la cantidad de neuronas dopaminérgicas funcionales para representar la felicidad o es necesario complementarlo con indicadores cualitativamente diferentes como el tiempo dedicado a actividades de ocio (indicador exclusivamente social)? El diseño de un indicador que dice representar una propiedad global, ¿debe ser un modelo de caja negra o debe estar fundamentado por hipótesis y teorías subsidiarias?, en otras palabras, ¿cómo se justifica la relación del indicador X con la propiedad Y?.
2 Desarrollo
2.1 Definiendo “Indicadores”
Existen dos definiciones clásicas de indicadores sociales, por un lado que son (1) «estadísticas, series estadísticas y todas las demás formas de evidencia, que nos permiten evaluar dónde estamos y con respecto a nuestros valores y objetivos, y evaluar programas específicos y determinar su impacto” (Bauer 1966, p. 1); y por el otro que se trata de (2) series de tiempo estadísticas «utilizadas para monitorear el sistema social, ayudando a identificar cambios y guiar la intervención para alterar el curso del cambio social» (Ferriss 1988, p. 601). Asimismo, en las últimas décadas, la concepción dominante de los indicadores sociales entre los académicos y los funcionarios de políticas públicas es que son medidas estadísticas que tienen cierta importancia para la calidad de vida de la sociedad en su conjunto o para subpoblaciones específicas, segmentos o componentes de la misma que son útiles para la información social al público en general y para la formulación de políticas públicas basadas en evidencia (Land 2014).
Respecto a esto Horn (1980, p. 429) afirma que “la característica común de las definiciones es su referencia a funciones en lugar de a la naturaleza de los indicadores sociales. Especifican el propósito social o lo amplían. [Pero] si miramos más de cerca el significado del término en sí, la pregunta sigue siendo: ¿Qué son los indicadores sociales?” Las definiciones estándar sobre la naturaleza de los indicadores sociales no ayudan a comprender y responder las preguntas metodológicas que se plantean al construir o incorporar indicadores sociales en la práctica investigaba. Por caso, ¿qué significa “otras formas de evidencia” en la definición de Bauer?, o incluso aún, ¿sólo la estadística subyace a la construcción de indicadores o es conveniente incluir otras ramas del conocimiento? La presunción de que todo indicador o bien refiere a propensiones, probabilidades o varianzas (que se sigue de la premisa de que todo indicador es una forma de estadística) no está justificada en la propia definición. Por caso, el índice Doing Bussines del Banco Mundial se encarga de proporcionar una medición objetiva de las regulaciones para hacer negocios y de la aplicación de esas regulaciones sin acudir a los conceptos estadísticos clásicos y más populares. Por ejemplo, una de las variables del indicador es la intensidad de la regulación para poner en marcha un nuevo negocio. Para medir esta propiedad, los investigadores que trabajan con el índice registran todos los procedimientos que se requieren oficialmente o que se realizan en la práctica para que un empresario pueda abrir y operar formalmente un negocio industrial o comercial, así como el tiempo y los costos asociados a estos procedimientos. Además, se registra el capital mínimo pagado. Estrictamente, se trata de una operación de medición empírica estándar positiva, que analiza los requerimientos oficiales tal cuál lo demandan las leyes de cada país. No se trata en este caso de conocimiento sobre una porción de una “población” de leyes jurídicas, sino de un parámetro particular y específico.
Entonces, el primer problema metodológico de los indicadores es el de su propia naturaleza. Siguiendo a Bunge (1975) “un indicador es un token o síntoma de alguna condición. (…) No existe tal cosa como un indicador en sí mismo: cada indicador apunta, o es una señal de, otra cosa. Más precisamente, un indicador es un rasgo observable de una cosa (física, biológica, social u otra) que se supone, correcta o incorrectamente, que apunta al valor de algún otro rasgo, generalmente inobservable, ya sea del mismo o diferente cosa”. Esta definición parecer adecuarse corresponderse con el uso habitual del concepto de indicador en todas las ciencias: el color del papel de tornasol es un indicador de acidez y un movimiento rápido de los ojos (REM) cuando se duerme indica un proceso de sueño. De la misma manera, la longitud de una columna termométrica es un indicador de temperatura, y la frecuencia con la que una rata presiona una palanca para la estimulación eléctrica de su cerebro indica la magnitud del placer o recompensa de esa experiencia. Si se define que un indicador es un rasgo observable o mesurable de algún síntoma o estado subyacente, entonces, debe haber una relación de otra naturaleza que la simple relación estadística entre indicador e indicado. Esta relación, se entiende, debe expresar el vínculo que existe entre el fenómeno medido y la propiedad. Si analizamos un instrumento muy sencillo como el termómetro podemos ver que “funciona” (es decir, releva correctamente) para medir la temperatura porque sabemos que está lleno de un líquido que reacciona al calor; como suele ser generalmente el mercurio. Cuando la temperatura aumenta, el mercurio se dilata y asciende por el capilar. En otras palabras, porque se conoce algo sobre cómo reacciona el líquido ante el calor es que se puede diseñar un artefacto capaz de captar algo de esa relación. Por lo tanto, parece ser que lo conveniente es invertir lo dicho por Gutiérrez (2009) y acercarse al diseño de un indicador con el mayor bagaje metodológico y teórico posible. De otra manera sería improcedente e injustificado establecer una relación del tipo “el fenómeno medible X es un síntoma de la propiedad o evento oculto Y”. Es decir que, “si una variable dada indica o no (señala) los valores de otra variable no es una cuestión de convención sino de hipótesis, es decir, de una proposición corregible” (Bunge, 1975, p.67). Es resumen, para que la relación indicador-indicado sea fiable debe pasar por algunos test empíricos y poder explicarse a la luz de alguna teoría.
En vistas de esto, es posible presentar una nueva definición exacta del concepto de indicador (Bunge, 1973). Digamos que S es un conjunto cualquiera de variables en algún campo científico. Y definimos que I es una relación binaria en S, tal que Ixy se interpreta como “la variable X indica la variable Y”. Esta definición cumplirá con las propiedades de:
(i) ser asimétrica: si Ixy entonces ¬Ixy. Es decir, o bien la variable indica o bien no indica.
(ii) ser transitiva: si Ixy y Iyz, entonces Ixz.
(iii) Luego, Ixy si y sólo si
x e y es una función (existe una función f tal que y = f(x)) o están estadísticamente relacionados (rxy > 0)
x es observable y medible de forma independiente a S
Entonces el conjunto Sy = {x está en S │Ixy}
Es un conjunto de indicadores de y
Luego, x es un indicador confiable de y si y sólo si x pertenece a algún modelo teórico y x fue puesto a prueba empírica exitosamente.
Esta definición permite trabajar el concepto de indicador como una hipótesis falible y necesaria de constante revisión. Además, inhibe la creación de indicadores que no posean una relación teórica justificada con su referido. Un solo ejemplo basta para ilustrar este punto: bajo las definiciones estándar, no existe escapatoria posible; dentro de las premisas de la propia definición, de encontrarse con variables espurias e incorporarlas al diseño del indicador. Una relación espuria sucede cuando parece haber relaciones causales entre variables pero en realidad no las hay. Esta aparente relación puede darse por cualquier casualidad, como puede suceder cuando hay variables ocultas o una tercera causa en común. Existen numerosos casos en los que el coeficiente de correlación entre variables es significativo y no existe una relación causal entre estas. Piénsese por caso en la relación entre el conocimiento en matemáticas y la altura en niños de 8 a 12 años. Podríamos ver que a medida que aumentan su altura (y se hacen mayores) son capaces de resolver problemas más complejos de matemáticas, pero ¿es la altura la causa de que estos niños sepan más matemáticas? Evidentemente no, sino que existe una variable escondida que da cuenta de las otras dos (se presume que son los años de escolaridad eficientes y la maduración cognitiva).
Así también puede verse que algunos de los llamados “indicadores” no son tales. Si se piensa en un “indicador” clásico de las ciencias biosociales como la expectativa de vida, se suele decir que es efectivamente un indicador social (Duncan, 1969). Si bien es cierto que de hecho puede confeccionarse una serie de tiempo a lo largo de los años que relacione linealmente la expectativa de vida promedio para una población y así conocer cómo cambió a lo largo del tiempo, la expectativa de vida en si misma no es un indicador a menos que se relacione con alguna variable “profunda” oculta. La expectativa de vida, a secas, es en efecto un agregado estadístico pero no un indicador ya que por si mismo no “indica” nada. Lo mismo vale para las tasas de suicidio, que se suelen medir cada 100.000 habitantes, no nos dice nada más que un agregado de cuántas personas se suicidan en una población cualquiera. Sin embargo, al incorporarlos en un verdadero indicador podemos empezar a darles sentido. La tasa de suicidios cada 100.000 habitantes puede ser, entonces, una variable entre otras de un aspecto inobservable de la sociedad, por ejemplo la satisfacción de vida. Así, decimos que la tasa de suicidios cada 100.000 habitantes es un indicador de satisfacción con la vida propia porque existe una relación teórica justificada entre los suicidios y la satisfacción personal (otro ejemplo puede ser el abuso de drogas (NIH, 2019). En este último ejemplo, una alta tasa de suicidios puede darse por estas dos causas o por algunas más, y es por esto que la mayoría de los indicadores simples son ambiguos: pueden “apuntar” a más de una variable oculta. Afortunadamente, es posible mejorar y diseñar indicadores más fidedignos a partir de refinar su alcance y dominio: ya sea con mejores teorías o con indicadores compuestos más complejos que puedan dar consistencia a esa relación. En el caso analizado, bastaría con incluir una variable (número de personas que mueren por sobredosis, por ejemplo) para eliminar una hipótesis. El problema de los indicadores ambiguos o insuficientes es tema de debate actual y existen al menos dos ejemplos donde actualmente está trabajando para mejorar los indicadores existentes.
2.2 PBI y Calidad de vida, dos indicadores en debate
No cualquier indicador es pertinente de relevar algún aspecto social, o de otra índole, complejo. Si bien es cierto que los indicadores se desarrollan con el tiempo y que, posiblemente, todo programa de investigación comience más bien con indicadores superfluos y poco desarrollados; se espera que con el tiempo esos indicadores mejoren a la luz de los nuevos desarrollos teóricos sobre el tema en cuestión. Uno de esos indicadores es el PBI. El análisis del PBI fue durante algún tiempo la medida por defecto para relevar el estado de alguna economía, si bien ayudado por otras métricas aledañas (como PBI per cápita de acuerdo al PPP en dólares). Al menos desde los 2000, cuando se oficializaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, los países pertenecientes a la OECD admiten tácitamente que este indicador no es suficiente para relevar el progreso económico. Recientemente, se propuso una batería de indicadores que contemplen los aspectos sociales (subjetivos y objetivos) y los aspectos medioambientales del crecimiento.
Una de las métricas más antiguas es el llamado Índice de Progreso Genuino (IPG). Metodológicamente, el IPG es más abarcativo que el PBI porque incluye una dimensión más de análisis: el impacto ambiental. El PBI mide la contaminación de manera positiva por partida doble, quien contamina para producir y quien produce para limpiar la contaminación. Mientras que el IPG puntúa negativamente la polución por lo que arroja resultados diferentes. Estas diferencias metodológicas tienen un impacto real: “al comparar el PBI per cápita y el IPG per cápita de 17 países que comprenden algo más de la mitad de la población mundial, se encontraron divergencias sorprendentes entre la dos métricas. Las medidas estuvieron altamente correlacionadas desde 1950 hasta aproximadamente 1978, cuando se separaron a medida que los costos ambientales y sociales comenzaron a superar los beneficios del aumento del PBI” (Nature, 2014). La misma crítica puede aplicarse al popular Índice de Gini, la medida estándar para mediar la desigualdad. El coeficiente de Gini mide la desigualdad entre los valores de una distribución de frecuencia (por ejemplo, los niveles de ingreso), pero nada dice sobre la desigualdad respecto al acceso a los bienes culturales, al patrimonio o al mercado de trabajo. Es un índice válido, pero incompleto, porque sabemos que la única faceta de la desigualdad no son los ingresos.
Acaso sea el concepto de “calidad de vida” el que más influyó en los estudios sobre indicadores sociales. Al menos desde Land (1983) la calidad de vida viene siendo el concepto unificador del programa de investigación de los indicadores sociales. El concepto se creó tomando como horizonte el concepto de calidad de vida en medicina en los años 1940 de posguerra. Para los años 60 ya se había incluido el concepto de calidad de vida en el trabajo y para finales de los años 1980 ya estaban incorporados los aspectos sociales, económicos, psicológicos y políticos. Entre los años 1990 y los 2000, el programa viró hacia una nueva metodología: los índices compuestos o agregados. “A menudo estos indices se utilizan para resumir indicadores (objetivos y/o subjetivos) de una serie de dominios de la vida en un solo índice de la calidad de vida de la población o sociedad en su conjunto o para algún segmento significativo de los mismos (por ejemplo, niños y jóvenes, ancianos, razas y grupos minoritarios, ciudades y estados o regiones dentro del nación)” (Land, 2012). A lo largo de más de 50 años de existencia, el concepto fue cambiado por diferentes motivos. Algunos de ellos de índole metodológica normativa (responder a la pregunta de si la sociedad en su totalidad mejoró o empeoró respecto a algún objetivo estratégico), de índole puramente metodológica (hacer comparaciones a diferentes unidades de medida, por ejemplo ciudades y naciones, o mujeres y niños), de índole teórica (más y mejor conocimiento sobre las relaciones entre las diferentes macro propiedades sociales como la desigualdad, el crecimiento económico o el delito), entre otras. Esto dio lugar al nacimiento de varios indicadores compuestos como el Índice de desarrollo humano (que su versión más reciente no sólo releva la expectativa de vida y la educación, sino también la pobreza relativa y la igualdad de género); el Índice de progreso social (que metodológicamente excluye las variables exclusivamente económicas para dar más peso a las de auto-percepción y medioambientales); un último ejemplo es el Índice planeta feliz, introducido por la New Economics Foundation en 2006 (que multiplica la satisfacción personal con la esperanza de vida y divide el producto en una medida del impacto ecológico) (Land, 2017).
3 Conclusiones
El concepto de indicador social ofrece desafíos y problemas epistemológicos y metodológicos interesantes y que demandan una respuesta, sea solo porque los indicadores cumplen varias funciones vitales a la vez: por un lado, permiten a los investigadores sociales estudiar propiedades inobservables directamente y alimentan los problemas “gordos” y profundos y por lo tanto los más interesantes, mientras que sirven a los hacedores de políticas públicas para medir el impacto de su trabajo de forma impersonal y objetiva; por último, su dimensión normativa representa al menos en parte los objetivos de cambio en la sociedad y sirven para guiar con justificación esos objetivos y medir su progreso. Dado que los indicadores son, en efecto, hipótesis corregibles, puede afirmarse que en el desarrollo de las ciencias sociales no sólo alcanza con grandes cantidades de datos (técnica cada vez más popular dado la facilidad de recolección y procesamiento que ofrecen las nuevas tecnologías), sino que se necesita más y mejores hipótesis de trabajo que permitan confeccionar más y mejores indicadores. “No mejoraremos nuestro conocimiento al aumentar la cantidad de estadísticas sociales y ambientales. Lo que necesitamos es información relevante, y para determinar cuáles estadísticas son relevantes para la calidad de vida necesitamos más reflexión y menos recolección de datos a ciegas” (Bunge, 1975, p.78)
En este sentido, la tendencia iniciada en los años 1990 parece promisoria. Cada vez más, los indicadores se construyen agregando diversas variables, de diferentes esferas o aspectos de la vida social (desde biológicos hasta axiológicos). Anteriormente se intentó argumentar que existen buenas razones para optar por esta metodología que
por otras. En resumen, para construir un buen indicador se necesitan no solo datos estadísticos que orienten la intuición sobre alguna relación entre variables, sino un fuerte trabajo de investigación básica y multidisciplinar que permita crear indicadores variados y relevantes fuertemente anclados en conocimiento fáctico. Este nuevo enfoque presenta, a su vez, otra nueva familia de problemas metodológicos que van desde cómo asignar “peso” a cada variables del indicador hasta como estandarizar las variables agregadas. (Foa, 2012).
La exaltación es un indicador de una buena mano
Referencias
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